Baile nocturno - Relato de Terror


Mendoza, A.A. Veces visto
Literatura Creativa:
Palabras Clave:
Un hombre con mirada perdida y demacrada, sentado en un banco de parque. Las palomas se posan indiferentes a su alrededor. Detrás de él, apenas perceptible, la silueta etérea de una mujer pálida con marcas en el cuello, como un eco fantasmal. El ambiente es sombrío, con fachadas de edificios oscuras y grafitis retorcidos que acentúan la sensación de desesperación y tormento. La luz tenue de faroles callejeros proyecta sombras alargadas, simbolizando la prisión sin muros que lo consume. La imagen debe evocar la soledad y la incomprensión de su tormento.

Erasmo era el alma de la ciudad, una pieza clave vital en el bullicio cotidiano. Su risa resonaba en las calles empedradas, entre el eco distante de los cláxones y el murmullo incesante del tráfico. Su presencia es reconfortante para el tedio cotidiano. De estatura mediana, cachetes prominentes y un bigote impecablemente cuidado, Erasmo fue un imán de afectos. Su perfume, una estela densa y embriagadora, anunciaba su llegada mucho antes de que su figura apareciera en la entrada de cualquier establecimiento. La gente lo conocía, lo quería; su simpatía era tan contagiosa como su pasión por el baile y su fama de galán invencible. Las luces de neón de los anuncios parpadeaban sobre su cabeza mientras caminaba, un vibrante contraste con la sombra que se cernía sin que él lo supiera.

Pero aquel sábado por la noche, algo se quebró en el engranaje perfecto de su existencia. No sabría decir qué fuerza oscura lo impulsó a la cantina, un lugar donde las risas se mezclaban con el eco de los vasos y el zumbido constante de los equipos de aire acondicionado. Pero fue allí donde el velo entre lo conocido y lo abismal comenzó a desdibujarse, bajo la luz tenue de faroles callejeros que proyectaban sombras alargadas.

Entre la habitual clientela, una figura se materializó en la entrada, deteniendo el murmullo de las conversaciones. Una mujer. Sus ojos como pozos de oscuridad, poseían una cualidad hipnótica, capaz de helar la sangre a cualquiera que se atreviera a sostener su mirada. No parecía caminar, sino deslizarse, como si apenas tocara el suelo. Su belleza era de otro tiempo, o quizás, de otro lugar, con una belleza que la distinguía de los mortales. Pero Erasmo, con la audacia que lo caracterizaba, no retrocedió. No, él bailó. Bailó con ella toda la noche, sus cuerpos entrelazados en una danza macabra que lo llevó hasta el borde del olvido. El alcohol, un dulce veneno, lo acompañó hasta ser el último en abandonar el local, con la mujer de la mirada profunda a su lado. Las calles mojadas por una llovizna reciente reflejaban las luces de los edificios, creando un escenario distorsionado. Como un caballero de antaño, se ofreció a acompañarla a su casa, sin saber que se dirigía a una prisión sin muros ni barrotes.

Esa fue la última vez que la ciudad vio a Erasmo tal como lo conocían.

Ahora, es un espectro que se mueve de un lugar a otro sin destino, una sombra sin nombre que deambula por el parque, desprovisto de recuerdos, anclado en un viaje sin retorno. Su esposa, una mujer de fe inquebrantable, ha luchado con uñas y dientes por recuperarlo. Lo ha internado en los mejores centros, buscando un poco de la cordura perdida. Pero cada mañana, invariablemente, Erasmo reaparece en el mismo banco del parque, una figura desolada, ajena al mundo que lo rodea. Las palomas se posan indiferentes a su alrededor, y el sonido lejano de las sirenas es el único acompañamiento a su tormento. Las fachadas de los edificios, con sus ventanas oscuras como ojos vacíos, parecen observar su miseria sin piedad.

No habla con nadie, salvo con su esposa. Y cuando lo hace, sus palabras son un torrente de desesperación y terror. Con lágrimas que surcan su rostro demacrado, susurra una frase que se ha convertido en su constante tormento: “Hay una mujer que no deja irme”. No importa dónde intente esconderse, dónde lo trasladen, siempre amanece en el mismo parque. Cuando intenta comunicarse con otros, una fuerza invisible lo silencia, condenándolo a la mudez. A su lado, siempre, una mujer. Su piel, pálida como la cera, lleva las marcas imborrables de unas manos en su cuello, un rastro fantasmal de una violencia inefable. Los grafitis en las paredes cercanas parecen retorcerse, dándole un toque macabro a la escena. A veces, cuando Erasmo parpadea, la ve desvanecerse casi por completo, como un eco de una imagen, o una visión nacida de la desesperación más profunda. Su mirada, antes hipnótica, ahora parece consumirlo, absorbiendo su esencia vital, una lenta y silenciosa perdición.

Erasmo es el único que puede verla. Es el único que la escucha. Es el único prisionero de su melodía silenciosa, una canción de horror que solo él puede percibir, una sutil tortura que lo consume lentamente, día tras día, en la penumbra de su propia mente vestido de vagabundo, mientras la ciudad, indiferente y colosal, continúa su paso.

Reflexión

La sombra del "Baile nocturno" nos recuerda la fragilidad de la existencia y cómo una elección puede desdibujar la realidad. La comunicación es esencial para no caer en el olvido.

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